Dibujo de Jan para la campaña #SúperPrecarios de SOS Sector Gráfico
La narrativa gráfica forma parte de la riqueza cultural de
todos los países civilizados, es parte innegable de su industria y contribuye a
su PIB. Es verdad que los “artistas” más popularmente conocidos son los que se
dedican a la industria audiovisual (cine, televisión, internet, música), al
mercado del libro o a algunas de las aún llamadas bellas artes. Pero esas
industrias y artes se sustentan muy a menudo sobre el trabajo de una legión de
narradores gráficos: dibujantes, ilustradores, fotógrafos, animadores,
coloristas, diseñadores y, por supuesto, historietistas. Ligados a los
anteriores, hay otra legión de trabajadores: editores, redactores, correctores,
traductores, rotulistas, impresores, montadores, distribuidores, libreros,
muchos eslabones en una cadena que se ha roto debido a la COVID-19. Una cadena
que no parece que pueda volver a soldarse fácilmente.
El Real Decreto/Ley 17/2020 publicado el 5 de mayo aporta
algunas soluciones, pero en nuestra opinión son precipitadas y manifiestamente
insuficientes. No es de extrañar que veinte agrupaciones del sector gráfico,
agrupadas bajo la plataforma SOS Sector Gráfico, las hayan discutido
punto por punto, haciendo evidente algo que ya sabíamos: que el Ministerio
de Cultura desconoce el tejido profesional e industrial ligado a la narrativa
gráfica existente en España. Es algo que la ACyT lleva denunciando años, desde
que emitimos nuestros informes anuales sobre la industria del cómic, que
demuestran los escasos respaldos institucionales, la falta de registros
rigurosos y el reconocimiento impreciso del sector, cuyos máximos productores
(los artistas, en su inmensa mayoría trabajadores autónomos) son los grandes olvidados
de la llamada industria audiovisual o del sector de la lectura y del libro.
Por lo que respecta al cómic, es cierto que más de dos
tercios de los tebeos que compramos en España son traducciones de cómics de
otras industrias foráneas. Las ventas de esos productos han sostenido hasta hoy
a muchos artistas y trabajadores que realizan labores técnicas (desde la
traducción hasta el montaje final del tebeo antes de llevarlo a imprenta) pero
no podemos olvidar que el tejido editorial del cómic español no lo conforman únicamente
la media docena de sellos que se llevan la parte del león. En España se hallan
activos 400 sellos editores, la mayoría pequeños, minúsculos muchos de ellos,
pero todos aportan un granito de riqueza al conjunto de la narrativa gráfica
impresa sobre papel que se genera en nuestro país. Es un recuento que se hace
sin contabilizar las instituciones públicas o gubernativas, las asociaciones
culturales, los museos y bibliotecas, o las fundaciones que en alguna ocasión
han editado tebeos. Esos 400 editores y creadores van a tener que cerrar sus
proyectos si no hay una reacción por parte de los más interesados en que los
tebeos sobrevivan.
Y los principales interesados no son los funcionarios del
Ministerio de Cultura, sino los propios trabajadores, pero también los lectores
de cómic. Como consumidores, debemos plantearnos seriamente cómo afrontar este
problema. No basta con esperar a que “todo pase” porque si esperamos, a la
vuelta ya no habrá tebeos. Entre todos tenemos que adoptar medidas y es obvio
que la primera medida es no dejar de comprar tebeos. En toda crisis, lo primero
que se abandona es lo menos necesario, así que deberíamos exigirnos una nueva
necesidad: comprar y leer tebeos. No podemos salir, o podemos hacerlo poco y con
restricciones, pero podemos recibirlos en casa y leerlos cómodamente. Exijámonos
no dejar de comprar tebeos. Compremos una nueva edición del que nos gustó, o
probemos suerte con ese que recomiendan o… reservemos una cantidad que antes no
reservábamos para ayudar al sector. Si los que están por encima no ayudan,
ayudaremos nosotros.
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